Desde los inicios del
pontificado del Papa Francisco se ha generado preocupación, incertidumbre y
polémica dentro de algunos círculos por algunas de sus entrevistas y
declaraciones. Aunque se pretenda disimular, no es ningún secreto que el Papa
Francisco parece tener un lenguaje insinuante que genera perplejidad. Esto es así, aunque bien es
verdad que siempre habrá quien niegue la lluvia en medio de un torrencial chaparrón
antes del Diluvio Universal, desmienta la crisis económica ante lo que estamos
padeciendo o alegue instrumentalización de sus palabras. No creo que sea bueno
ocultar los hechos, tampoco hay motivo para hacerlo. Los polémicos comentarios
no solo se refieren a temas económicos o políticos relacionados con la pobreza
del mundo, sino también sobre asuntos de moral.
En este contexto, es oportuno
comenzar nuestra reflexión recordando las palabras de Benedicto XVI al final
del prólogo de su libro Jesús de Nazaret. Dice Benedicto XVI: "....este
libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi
búsqueda personal «del rostro del Señor» (cf. Sal 27, 8). Por eso, cualquiera
es libre de contradecirme. Pido sólo a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial, sin la cual no hay
comprensión posible."
Sin duda, esta invitación
no solo es conveniente para la lectura del libro de Benedicto XVI, sino que puede
ser muy oportuna para, inicialmente, discernir opiniones que nos generen perplejidad.
También, es una pertinente sugerencia para escuchar al Papa Francisco e
intentar comprender lo que nos quiera decir. Es una indicación de Benedicto XVI
que nos recuerda que, junto a la necesaria “benevolencia inicial” también cabe la
disconformidad cuando las palabras de un Pontífice no sean reflejo de un acto
magisterial de la Iglesia. En tal caso, es posible, enriquecedor y conveniente,
el juicio y la discrepancia seria, rigurosa y bien intencionada. Incluso si la
materia es de contenido intelectual o referida a valores cristianos y evangélicos.
Con más razón, si las opiniones del Papa son ajenas a dichos valores y versan
sobre economía, informática u otras ramas de la ciencia, técnicas u otros ámbitos
del saber. Dentro de la obediencia, los católicos no debemos confinarnos a ser fieles
autómatas impersonales e irreflexivos. La religión Católica, la Iglesia
universal por excelencia, ofrece más riqueza a sus fieles que este tipo de
actitud.
En el plano económico, no
pueden dejar de crear perplejidad las genéricas críticas del Papa a los
mercados financieros. Críticas que, aun reconociendo la existencia de enormes injusticias
económicas en el sistema de libre mercado –no tan libre en muchos casos- , merecerían
unas buenas dosis de matización si no se quiere caer en un populismo
intervencionista que históricamente ha demostrado, entre otras desgracias, su evidente
capacidad de empobrecimiento social con graves recortes a la libertad de las
personas. Asimismo, en el orden político, también cabe recordar las
declaraciones del Papa Francisco, innecesarias e inoportunas en mi modesta
opinión, sobre su personal postura de que nunca ha sido de derechas. Esta
afirmación no solo parece no tener en cuenta a los millones de fieles que tiene
la Iglesia que sienten compartir este simplista encasillamiento político, sino
porque ser de derechas no adolece de inferioridad moral y, además, es
absolutamente asumible por el cristianismo católico y muchos de sus santos.
En cuanto al orden moral,
tampoco se pueden pasar por alto, sin mayor matización, las referencias morales
de su entrevista a la revista jesuita Civiltá Católica que, en coloquio con el
periodista Eugenio Scalfari, quedan contextualizadas con sus entrecomillados: "Cada uno de nosotros tiene
una visión del Bien y del Mal. Nosotros debemos animar a dirigirse a lo que uno
piensa que es el Bien". Usted, Santidad, ya lo escribió
en la carta que me mandó. La conciencia es autónoma, dijo, y cada uno debe
obedecer a la propia conciencia. Creo que esta es una de las frases más
valientes dichas por un Papa."Y lo
repito. Cada uno tiene su propia idea del Bien y del Mal y debe elegir seguir
el Bien y combatir el Mal como él lo concibe. Bastaría eso para cambiar el
mundo".... Palabras ambiguas, cuando menos, que parecen inducir al relativismo que
supondría dejar en cada individuo la responsabilidad de decidir en qué consiste
el bien y qué es el mal.... de comer la fruta prohibida del árbol del bien y
del mal.
A la vista de todo lo anterior, quizá sea conveniente recordar que, en el
Magisterio extraordinario y Ordinario de la Iglesia pueden establecerse cuatro
niveles:
Primer
nivel de magisterio: Una
definición infalible del Papa.....
Segundo
nivel: La enseñanza del
magisterio episcopal en comunión con el Papa.....
Tercer
nivel: El magisterio
ordinario del Papa, cuando este expresamente ejerza un juicio definitivo
en materia de fe o moral que era antes debatida...... y
Cuarto
Nivel: Pronunciamientos que
no son infalibles. No requieren el asentimiento de la fe pero sí una
sumisión religiosa de la voluntad y del entendimiento (Cf. Canon 752 de la
nueva Ley Canónica).
No es al
caso, no es mi intención, hacer una relación exhaustiva de todas las perplejidades
que el Papa Francisco pueda haber generado, tampoco hacer referencia a anécdotas
sobre su comportamiento o preferencias personales en materia de indumentaria u
otras opinables intervenciones que pueden ser, más o menos, de nuestro gusto
personal y a las que, muchas veces, se les puede haber dado una
interpretación y dimensión trascendental presumiblemente injustificada. Entiendo
que sería preferible que su lenguaje fuese menos insinuante, más directo y
clarificador para evitar el riesgo de mala interpretación o las constantes
aclaraciones del portavoz de la Santa Sede el P. Lombardi, pero no se trata de
lo que nosotros podamos preferir sino de su propio estilo o lo que él pueda pretender.
En este contexto,
y sin intención de menoscabar la admiración que puedan merecer aspectos de sus
propuestas, me parece relevante llamar la atención sobre la inconveniencia de algunos
fieles al expresar efusivas adhesiones, siempre innecesarias e inevitables, a
cualquiera que sea el gesto o frase del Papa. El vehemente y rechazable fervor
de aquellos que serían capaces de aplaudir con las orejas a San Pedro negando a
Cristo.... y porque es San Pedro, sin mayor discernimiento, solo porque es apóstol
y santo.- Unas actitudes, las de los aplausos incondicionados e inusitados que,
más que de fidelidad, bien podríamos calificarlas de emotivo papa-natismo y que,
más que reforzar al vicario de Cristo; más que reconocer con humildad la pobreza
de la condición humana dentro de la grandeza a la que está llamado el Pontífice,
son actitudes que empobrecen su Primado y realzan, de forma grotesca, las
miserias humanas de nuestra indigencia humana, incluida la de San Pedro. - A
las certeras palabras de Benedicto XVI me remito y procuro ajustarme, tanto en
lo que se refiere a la necesaria benevolencia que es exigencia para una buena comprensión,
a la buena voluntad y obediencia magisterial, como a la posibilidad de
contradecir con respeto y rigor todo aquello que no pertenece al Magisterio de
la Iglesia.
En
elaborar nuestro propio criterio y opinión sobre lo que se nos proponga, la
previa reflexión personal contrastada con otras opiniones autorizadas sobre la
materia en cuestión, libres de prejuicios y tópicos sociales e ideológicos y guiados
por el Magisterio de la propia Iglesia parece fundamental. Por otro lado, dentro
de nuestro respeto y fidelidad a la Iglesia, precisamente por eso, queda
nuestra libertad de expresar opiniones y discrepancias sobre declaraciones y
opiniones del Santo Padre, procurando siempre evitar dar pie a frívolos
comentarios, públicos o privados, a lo que solo son opiniones, observaciones
personales del Papa. En cualquier caso, por una parte, siempre queda la preocupación
de la responsabilidad que conlleva para el Papa la opinión personal de
quien ostenta el Primado de la Iglesia y su efecto sobre la formación de la conciencia de los fieles, por otro, la de aquellos que pueden
enjuiciar dicha opinión. Para estos últimos, cada matiz de la invitación de Benedicto XVI
en su libro, referida en el inicio, es un tesoro.